(Biblioteca Nacional de España) 5 de junio de 2019 al 20 de junio de 2019
En los siglos XI y XII los juglares divulgaban oralmente los llamados cantares de gesta, epopeyas que narraban las gestas de héroes. El analfabetismo de la población y la ausencia de libros impresos, facilitaba la transmisión oral de estas gestas épicas que los juglares difundían en los pueblos españoles del medioevo ante audiencias multitudinarias y atentas. Los cantares se aprendían de memoria y en algunos casos eran escritos en pergaminos.
Una de estas historias épicas narra los últimos años de vida de un personaje que vivió realmente y que llegó a convertirse en héroe. Rodrigo Díaz (c. 1045-1099), natural de Vivar, en Burgos, apodado por los moros EL CID. Se trata del famoso cantar del mio Cid que cuenta desde desde su destierro de Castilla por el rey Alfonso VI en 1081 hasta su muerte, pasando por el hecho más señero de su trayectoria: la conquista de Valencia en 1094.
En 1207, un tal Per Abat lo plasmó negro sobre blanco en un códice. De este códice manuscrito alguien, hoy desconocido para nosotros, lo copio diglos después, copia que es la que ha llegado hasta nosotros.
Este llamad Códice Vivar es el que ahora se ha expuesto en la Biblioteca Nacional de España, y del que trata esta entrada.
Tras seiscientos años de confinamiento en conventos, casas de eruditos y cámaras acorazadas, el Cantar de mio Cid, recogido en el Códice de Vivar del siglo XIV, pude verlo en una exposición en la Biblioteca Nacional el 5 de junio.
Se tituló DOS ESPAÑOLES EN LA HISTORIA: EL CID Y RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL. Si ambos hubiesen sido ingleses, los conocería el mundo entero; hoy apenas un puñado de españoles saben de estos dos personajes.
El Cantar de mio Cid es "el único poema épico castellano conservado casi en su totalidad", nos dijo Enrique Jerez, comisario de la exposición.
Una de las joyas más valiosas que custodia la Biblioteca Nacional de España, calificada por Ramón Menéndez Pidal como el "acta natalicia de la literatura española", fue donada por la Fundación Juan March en 1960. La adquisición del códice, en manos de la familia Pidal durante generaciones, se saldó por un total de 10 millones de pesetas, asumidos íntegramente por la Fundación.
Setenta y cuatro páginas de pergamino grueso, los años han hecho mella en ellas, asegura Javier Docampo, jefe del Departamento de Manuscritos, Incunables y Raros de la BNE: "[El manuscrito] se encuentra en un delicado estado de conservación y en muchas de sus hojas hay manchas de color pardo oscuro debido a los reactivos utilizados ya desde el siglo XVI".
Mediante la letra gótica libraria de sus páginas, uniforme y de fácil lectura, el poema narra, en más de 3.700 versos irregulares, el último tramo de la vida del héroe castellano, el caballero burgalés Rodrigo Díaz de Vivar (c. 1045-1099). Además, en el estudio del Cantar de mio Cid, labor en la que se sucedieron especialistas de diversas nacionalidades durante siglos, se halla el origen de la filología como ciencia moderna.
No obstante, Alberto Montaner, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Zaragoza, puntualiza: "Ha de tenerse en cuenta que se trata de una obra literaria y no de un documento histórico, y como tal ha de leerse".
Como he dicho, la obra se basa libremente en la parte final de la vida de Rodrigo Díaz de Vivar, desde su destierro en 1081 hasta su muerte en 1099; y está dividida en tres cantares.
Comienza con el exilio del guerrero y sus hazañas frente a los moros. El siguiente es conocido como el de la boda, por el desdichado matrimonio de las hijas del Cid con los infantes de Carrión, pese a que en él también se describe la batalla de Jérica y la conquista de Valencia. El último es el de la ofensa, sufrida por las hijas del Cid, y la vindicación, llevada a cabo por el burgalés contra los cobardes infantes de Carrión por medio de la justicia.
El acontecimiento de su donación a la Biblioteca Nacional de España fue incluso recogido por la prensa extranjera, en medios ingleses como The Times o The Daily Telegraph. El primero, en su publicación del 22 de diciembre, afirmó sobre el códice: "Uno de los grandes tesoros manuscritos en España". El segundo, por su parte, destacó la figura de Ramón Menéndez Pidal, al que denominó "el más importante historiador y filólogo español vivo".
Precisamente, fue el Museo Británico el primer interesado por el códice en el siglo XIX, quien, por medio de un cheque en blanco, pretendía adquirir el manuscrito a su actual dueño. Sin embargo, debido a la intervención de la familia Pidal, no lo consiguió, tal y como recoge The Daily Telegraph. Décadas después, la Biblioteca de Washington y una organización extranjera ?cuya identidad no ha trascendido? intentaron comprarlo; una vez más, recibiendo la negativa de los descendientes de Pidal, aferrados a su voluntad de conservar el Códice de Vivar en España.
El acto de la firma de la escritura, celebrado el 20 de diciembre de 1960, por cuyo efecto el manuscrito pasaba a manos de la Biblioteca Nacional de España, tuvo lugar en la sede de la Fundación Juan March y acogió a más de un centenar de asistentes. Entre ellos, un emocionado Ramón Menéndez Pidal, que puso de relieve la significación de este códice: "Su valor como primer monumento de nuestra literatura en el que se funden como en ningún otro el valor nacional y el lingüístico".
El Cantar de mio Cid es el único poema épico castellano conservado casi en su totalidad. El poema combina elementos reales y ficticios.
Fue compuesto por un autor desconocido, probablemente en la frontera soriana entre Castilla y Alandalús (en el entorno de Medinaceli), a mediados del siglo XII según algunos estudiosos, o a comienzos del siglo XIII, según otros.
El Cantar del mio Cid está unido al llamado Códice de Vivar que es copia de un manuscrito anterior, hoy desaparecido, que había plasmado por escrito del poema oral, el ya mencionado Per Abat en 1207.
Voz de Ramón Menéndez Pidal. Habla sobre el futuro de la lengua española
El Cantar de mio Cid. Sus orígenes y sus paraderos
Las peripecias del Códice Vivar
Como sobrevivió el Códice
Los orígenes del Codice
El Códice en la literatura española
Otros manuscritos españoles
El Códice Vivar ha salido 2 veces de España: en el segundo tercio del siglo XIX viajó a Boston para ser consultado allí por el hispanista George Ticknor. Luego durante la Guerra Civil, fue trasladado a Ginebra, junto con las obras del Museo del Prado, para su protección.
Urna donde se guardó el Códice
El Menéndez Pidal, ya nonagenario, con el códice Vivar, un 20 de diciembre de 1960, el día en que fue cedido al Estado Español por parte de la Fundación Juan March.
Este es el ejemplar personal del Poema del Cid, de Pidal (Hijos de Ducazcal, 1898), repleto de anotaciones autógrafas y adaptaciones de uso, tal como solía hacer con otros libros. Este libro se conserva en el Olivar de Chamartín de Madrid, sede de la Fundación Menéndez Pidal.
Este es la copia del Códice Vivar más antigua que se conserva. Hoy está con nosotros gracias a una pesquisa genealógica encomendada a Ulibarri por una familia nobiliaria de pretendida ascendencia cidiana. La copia se realizó cuando el códice único se encontraba en el archivo del concejo de Vivar.
Menéndez Pidal visita el rodaje de El Cid. NO-DO. Marzo, 1961
En 1961, el productor Samuel Bronston llevó al cine la vida de Rodrigo Díaz de Vivar.
Para ello contó con el asesoramiento del sabio Menéndez Pidal aunque no aparece en los títulos de crédito, y la historia sobre el Cid es fantasiosa.
Dirigió el film, Anthony Mann y con la actuación de Charlton Heston, Sofía Loren, Raf Vallone, Geneviève Page, Herbert Lom, John Fraser, Gary Raymond y Tullio Carminati.
El guion fue de Philip Yordan y Fredric M. Frank. La música de Miklós Rózsa, y la fotografía de Robert Krasker.
La película tuvo tres nominaciones al Óscar: por la mejor dirección artística, por la mejor música y por la mejor canción, El halcón y la paloma (The Falcon and the Dove).
Ese año, el NO-DO publicó un reportaje sobre la visita al set de rodaje de Pidal.
Película El Cid, de Antony Mann
CANTAR DE MIO CID edición, estudio y notas de Alberto Montaner con un ensayo de Francisco Rico
MENÉNDEZ PIDAL EN «EL SOL», EL 25 DE JULIO DE 1931