Con frecuencia se afirma que el Reino Unido decidió entrar en la Comunidad Europea (CE) cuando se dio cuenta de que fuera de las instituciones europeas tenía menos influencia en el devenir del mundo y en la protección de sus intereses. Pero en un principio, el Reino Unido no quiso participar ni en la Comunidad del Carbón y del Acero de 1951 ni en los otros dos tratados comunitarios de 1957. En su mentalidad de entonces, el Reino Unido era todavía una potencia mundial que se bastaba por sí sola y con su relación con los EE.UU. de Norteamérica.
Pero en 1961, el Reino Unido reconocido su error de cálculo, al no haber dado suficiente importancia al proyecto de Monnet y Schuman y pidió formalmente la adhesión a los tratados. El general De Gaulle vetó en 1963 y 1968 la entrada del Reino Unido, sin duda contra el sentir de los demás socios comunitarios y de muchos franceses.
El presidente galo, a la vista del buen funcionamiento del eje franco-alemán, y de la gran influencia de Francia en la Europa de los Seis, no quiso ver amenazada su cuota de poder por otro gran Estado-nación como el Reino Unido. Sólo con la retirada de De Gaulle de la política, se pudo dar luz verde a la tercera solicitud británica de adhesión, presentada por el político conservador Edward Heath, entonces primer ministro. La decisión contó con la oposición del laborismo y de los sindicatos, contrarios el despilfarro de la Política Agrícola Común (PAC). De hecho, el Partido Laborista, liderado en la oposición por Harold Wilson, concurrió a las elecciones generales de octubre de 1974 con el objetivo de renegociar los términos de pertenencia del Reino Unido a la CEE y, posteriormente, celebrar un referéndum sobre la permanencia en la misma en función de los nuevos términos. Este fue favorable a la permanencia, aunque los británicos no cesaron en su intento de renegociar los términos de la adhesión.
Tras el final del período transitorio en 1979, tanto laboristas como conservadores seguían creyendo que la contribución financiera británica a la CE seguía siendo alta. La PAC, que apenas beneficiaba al Reino Unido, consumía más de dos tercios del presupuesto comunitario. Ese año, el primer gobierno de Margaret Thatcher empezó una nueva renegociación que duró hasta 1984 y se solucionó con el sistema de reembolso anual: el llamado “cheque británico”.
La redacción final de Acta Única, inspirada por la «dama de hierro» en favor de una liberalización del comercio y de la soberanía de los estados, se desarrolló en la práctica de forma contraria a los intereses británicos y la decisión del Consejo se tomaron por mayoría y la Comisión comenzó a intervenir de forma directa en la vida de los ciudadanos europeos lo que enojó profundamente a la mayoría del pueblo británico.
El ala «euroescéptica» británica comenzó a crecer, mientras en el laborismo se iniciaba un camino netamente europeísta. A comienzos de la década de 1990, se formó el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), un partido euroescéptico en contra de la participación del Reino Unido en la Unión Europea. Consiguió el tercer lugar en el Reino Unido en las elecciones europeas de 2004, el segundo en las de 2009 y el primero en las de 2014. Los comicios de 2014 fueron los primeros desde 1906 en los que el partido más votado no era el Partido Conservador ni el Partido Laborista.
Ante esta pérdida de votos, en 2013 el primer ministro, David Cameron, propuso un referéndum sobre el mantenimiento del Reino Unido en la Unión Europea. El 23 de junio de 2016 se realizó la consulta: el resultado fue de 51,9 % de los votantes partidario de abandonar la UE, frente a un 48,1 % partidario de permanecer. Sin embargo, en Escocia, Irlanda del Norte y Gibraltar, además de la mayoría de Londres, predominó la opción de la permanencia.
Tras los resultados del referéndum, el primer ministro David Cameron anunció su dimisión del cargo en octubre del mismo año, argumentando que un liderazgo fresco debe llevar al país a la opción elegida en la votación.